La situación de emergencia que estamos viviendo está propiciando que resurja la beneficencia, algo que los profesionales de lo social habíamos logrado erradicar casi por completo, quedando reductos como las bolsas de alimentos que se daban desde las parroquias o Cruz Roja. Sin embargo, estamos asistiendo en los últimos años, a la proliferación de este tipo de ayudas, basadas únicamente en la caridad y beneficencia y que no hacen más que perpetuar la probreza y estigmatizar a las familias que necesitan ayuda, creando un sistema perverso en el que los menores aprenderán a ver con total naturalidad que la comida se la proporcionen entidades benéficas o directamente, comer en comedores sociales, donde se pierde el hábito de algo tan normalizador como comprar, gestionar tus propios alimentos, cocinar y comer con tu familia. Y es que este tipo de recursos no sólo crean una dependencia extrema a sus usuarios, sino que además, los menores interiorizan la beneficencia como algo normal. Se dan varias circunstancias para que este tipo de recursos proliferen: – La primera es la necesidad de muchas familias. Un alto porcentaje de familias que una vez agotados la prestación de desempleo y los subsidios, carecen de ingresos o éstos son mínimos. La situación empeora si además tienen hipoteca o pagan alquiler. – Los servicios sociales municipales, que es el recurso que debe apoyar a estas familias, se ven desbordados por el aumento de usuarios, coincidiendo además con la reducción de su presupuesto y con la demora en más de un año, por parte de la Comunidad de Madrid, de la concesión de la Renta Mínima de Inserción, que en la mayoría de los casos, sería la única prestación a la que pueden acceder las familias. – Las entidades que ya practicaban este tipo de ayuda, Cáritas y Cruz Roja se encuentran desbordadas por el gran número de personas que solicitan alimentos, y otras entidades, en muchos casos cercanas a la Iglesia, comienzan a hacerse un hueco. También algunos ayuntamientos, gobernados por el PP, comienzan a utilizar este tipo de recursos como propaganda electoral. Es decir, por un lado, nos sumen en la pobreza, y por otro, utilizan los recursos caritativos como panfleto político. – La solidaridad de muchas personas que quieren ayudar desinteresadamente, y no saben cómo hacerlo, son captadas por este tipo de organizaciones, o incluso, se organizan entre ellos para recoger alimentos o hacer voluntariado en estos comedores sociales, sin plantearse si esta es la forma de ayudar más adecuada. Analicemos este tipo de recursos Las bolsas de alimentos que se donan desde Cáritas o Cruz Roja, principalmente, se componen de productos no perecederos como pasta, arroz, galletas, legumbre… y nunca o en muy pocas ocasiones, de productos frescos. En este sentido, los comedores sociales, suplen este handicap, ya que se pueden consumir productos frescos, pero implica un enorme gasto (alquiler de un espacio grande, personal, proveedores) que si se destinase al 100% al coste de alimentos frescos y no perecederos podría ayudar a mucha más gente. Por otro lado, en la mayoría de los casos, estos comedores sólo dan una comida al día, por lo que no son suficientes. En definitiva, tanto un sistema como otro, además de estar basado en la beneficencia y en la caridad, de perpetuar la pobreza, de crear dependientes sociales y estigmatizar a las familias, ni cubren las necesidades básicas ni son efectivos, sirviendo en muchos casos, como panfleto político, como fuente de ingresos de entidades religiosas católicas o como «limpiador» de conciencias. Cómo podemos ayudar Al margen de que las bolsas de alimentos y los comedores sociales no sean los mejores recursos, es cierto que existe una grave situación de necesidad y que hay personas que quieren ayudar desinteresadamente. En primer lugar, creo que tanto profesionales, como la ciudadanía debemos exigir a la administración la puesta en marcha de verdaderas políticas sociales, de vivienda, de educación, de sanidad y de garantía de ingresos. Tener el convencimiento de que la implantación de estas medidas es lo único que puede suplir la situación en la que nos encontramos y que hay dinero para ponerlas en funcionamiento, y que son razones ideológicas las que impiden su desarrollo. En segundo lugar, mientras estas políticas no se implanten, creo que los profesionales de lo social, debemos ser los que encaucemos adecuadamente la solidaridad de las personas que quieren ayudar, en lugar de apoyar o impulsar la creación de este tipo de recursos. Es nuestra labor desarrollar un trabajo comunitario en el que confluyan ambos intereses sin tener que recurrir a la beneficencia. Cada municipio o barrio tiene sus peculiaridades y es necesario un estudio previo para valorar cuál podría ser el proyecto más efectivo, pero un ejemplo es el siguiente: – Las personas que quieren apoyar pueden hacerlo con tiempo o con dinero. Algunas personas pueden encargarse de visitar los comercios del barrio para informarles de la iniciativa y localizar los que quieran participar. – Se hará un listado de comercios colaboradores, que se publicarán a través de una web y de dípticos, además de los periódicos locales, publicitando estos comercios que se comprometerán a su vez, a abaratar los precios para las familias que necesitan ayuda. También se podría utilizar una pegatina identificadora de comercio colaborador. – Las personas que necesitan ayuda acudirán a los comercios colaboradores donde podrán realizar la compra sin coste alguno. Portarán una tarjeta en la que figure el coste total que podrán hacer al mes en ese establecimiento, donde se irá apuntando el importe de cada compra. La familia guardará los tickets para aportarlos al final de mes a la persona encargada de la gestión. – Una persona se encargará de entrevistar a las familias que necesitan ayuda, así como de gestionar el dinero que se vaya donando, de abonarlo a los comercios a final de mes y de comprobar las compras con los tickets que le proporcionen las familias. – Se establecerá una cuantía por familia, en función del número de miembros y tipología, para comprar en los comercios colaboradores, donde habrá, al menos, una frutería, una carnicería, una pescadería, una panadería y una farmacia. De esta manera, las familias que precisan ayuda pueden ir a comprar, gestionar sus propios alimentos, cocinar y comer en su casa, como hacen el resto de familias. Sin ser estigmatizadas y manteniendo los hábitos básicos. A su vez, se fomenta y apoya el comercio de barrio, tan maltratado y agredido por las grande superfícies, y se encauza la solidaridad de las personas que quieren ayudar, fomentando el trabajo en red y el desarrollo comunitario. Esto es simplemente un ejemplo, un punto de partida para la reflexión, tanto para los profesionales como para las personas que quieran ayudar. Hay alternativas a la beneficencia.